Brazos agitados clamando por la libertad. Calles en el Cairo tomadas por el pueblo que reclama justicia. El dolor y la opresión se hacen con el poder y alzan sus voces rotas entre las ruinas de lo que fue un día el gran imperio de Mubarak. Desde el cielo, las cámaras de televisión muestran un dolor minimizado (mucho más cómodo que el plano corto), representado con ríos humanos que ocupan cada resquicio de la ciudad. Desde esa cómoda panorámica, el espectador occidental ve como miles de egipcios se levantan contra Mubarak imitando a sus vecinos tunecinos, en la conocida Revolución de los Jazmines.
Rostros ensangrentados que luchan por expresar su ira y a la vez huir de la violenta policía que reprime todo tipo de movimiento. Rostros de dolor y de ira que, desde ese 25 de enero de 2011 toman las calles arriesgando su vida y apostando por otra realidad, sabiendo que otro mundo es posible. Desde Túnez a Egipto, pasando por Libia, los árabes dan una lección a sus vecinos europeos exigiendo otra realidad más justa para todos ¿y todas?
Es curioso. Entre tanto gentío, tanta voz clamando democracia y tanta demanda de libertad cuesta ver a más de una mujer, e imposible es verla sin que un chador tape su rostro. Y es que no deja de ser irónico que, en un momento tan decisivo para el mundo árabe como el actual, la mujer permanezca a las sombra de sus compañeros, maridos, hermanos e hijos, como es habitual en una cultura opresora y misógina, anclada en valores patriarcales que la esclavizan y la subyugan a su hogar, eliminando de cuajo toda posibilidad de crecer como mujer y persona, limitándola de forma pasiva a actuar por y para otros, a esperar pacientemente al guerrero para darle descanso y reposo.
Pero no nos limitemos a la manida y sórdida crítica de lo ajeno. Si bien es cierto que la mujer ha tenido un papel menos protagonista en las manifestaciones árabes, no podemos olvidarnos de su importante presencia en las universidades (tanto como alumnas como profesoras), en la vida pública (tengamos en cuenta el número de mujeres dedicadas a la política y en puestos administrativos, sobre todo en la última década), etc. Por ello, más que criticar, lo que debemos es dar nuestro voto de confianza a las que se atreven a conducir (pese que esté prohibido) en las calles de Arabia Saudí, a las que se suman a las manifestaciones arriesgando su vida, a las que dicen no a una vida de abnegación y dejan su país por una vida más digna en occidente, etc.
Gracias a ellas, la revolución árabe se hará con la voz de todos…y todas.