viernes, 16 de agosto de 2013

Más allá de Madison Avenue


Es una de las grandes series. De esas  que crean mitos y van más allá de su última temporadas. Tras finalizar su sexta temporada, Mad Men nos deja en vilo esperando una séptima que podría ser la definitiva. Un pequeño homenaje a los hombres y mujeres de Madison Avenue.

 Imagen perteneciente a la cabecera de Mad Men

Mad Men y la farsa social

El universo de Mad Men gira alrededor a un concepto universal: la mentira. En el mundo de Madison Avenue todo es una farsa dentro y fuera de Sterling Cooper: el matrimonio feliz sustentado en el adulterio1, la perfecta ama de casa encerrada en ese espacio privado laberíntico del que no puede salir, el éxito laboral como única vía de salvación para el hombre, etc. Y qué mejor universo para sustentar esa gran mentira que la publicidad en su época dorada. Pero no caigamos en el estereotipo fácil: por mucho que podamos encontrar cierta ironía en el lenguaje y discurso narrativo de la serie, lo cierto es que Weiner refleja a la perfección la sociedad de los sesenta, donde la publicidad iba más allá de las vallas o de los anuncios televisivos. Las mujeres querían ser esa perfecta madre que siempre se mostraba dispuesta a complacer a su marido y el matrimonio era para muchas la mejor forma de realización personal.Lo interesante del discurso de Mad Men es que la distancia temporal que separa al espectador actual con los años sesenta potencia la lectura crítica del discurso que plantea la serie. Por un lado, al espectador de hoy le cuesta entender ciertos comportamientos sociales de los personajes de Weiner (la abnegada actitud de Betty con Don, la relación con los hijos, el matrimonio de Salvatore Romano2, entre otros casos que analizaremos posteriormente) pero al mismo tiempo éste lanza una mirada crítica al universo madmeniano y se replantea ciertas cuestiones: ¿realmente hemos avanzado tanto desde entonces? ¿es que acaso la publicidad no sigue ejerciendo una influencia más que notable en nuestro día a día? Gracias a Mad Men, no nos limitamos a mirar, vamos más allá y somos reflexivos con nuestras propias actitudes. En este sentido, la serie nos permite ser más críticos con nuestra realidad social. Y es que Madison Avenue no dista tanto de la Castellana del siglo XXI. En la actualidad, la presión social por alcanzar el éxito y ciertos ritos sociales que se representan en Mad Men como el matrimonio siguen vigentes. Por otro lado, el adulterio o las relaciones de pareja asentadas en valores patriarcales son una realidad diaria.En esta línea, Mad Men “se aprovecha” de esa distancia temporal. A través de la cuidada estética, Weiner realiza un retrato casi perfecto de la sociedad de la época que llega a extrañar al espectador. El “moderno” mundo de Madison Avenue se torna aséptico desde nuestra perspectiva. De esta manera, nos parece estar contemplando una realidad “ajena” a nosotros, cuando realmente nuestro día a día está sustentado en los valores que tipos como Draper o Sterling forjaron a través de los medios y la publicidad. Es el doble juego de Mad Men ya comentado: sabemos que la serie nos habla de un pasado tangible con sus pros y sus contras, pero a la vez nos gusta volver la vista atrás con aires de nostalgia, con esa idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Detrás de Mad Men

En plena crisis socio-económica-cultural, donde los valores del neo-capitalismo han sido cuestionados con la “caída” de los bancos, nos encontramos en un momento de plena ebullición que llega a los roles de género. En este plano, Mad Men nos hace más conscientes de nuestra propia crisis. El Draper que sólo encuentra consuelo en esa botella de Bourbon semi vacía es el hombre actual que debe replantearse su modelo de masculinidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Un nueva masculinidad que se derrumba, como en esos inteligentes títulos de crédito donde una silueta masculina cae en picado entre rascacielos donde se reflejan los principales símbolos del éxito social: el matrimonio, la familia ideal y el éxito profesional. Pero cuidado, junto a la complaciente esposa se hallan ese insinuante liguero de la infidelidad y el vaso de whisky (posiblemente Bourbon, bebida clásica en la serie); la otra cara del sueño americano.Weiner juega con ambas caras de la moneda para componer un interesante tapiz sobre la época: la sociedad de la “mentira”, donde la apariencia social lo era todo. Donde todo estaba superditado a las leyes de la estética. En ese juego, tanto ellos como ellas seguían el patrón indicado y jugaban a representar valores que comenzaban a cuestionarse. Básicamente, todo estaba dispuesto por las pautas sociales, perfectamente estructuradas por los manuales educativos con los que niños y niñas crecían. Esta debilidad está presente en todos y cada uno de los personajes de Mad Men, víctimas de una sociedad paradójicamente inmovilista (ya que nos encontramos en pleno auge del Sueño Americano) que les impide realizarse más allá de acotados patrones.En este sentido, el secreto del éxito de Mad Men se centra en sus personajes, sus vidas y lo que en ellas acontece determina el rumbo de la serie. Si bien esta es una característica común de la ficción dramática (caso de The Wire, por ejemplo) en el caso de Mad Men la estructura actancial cobra un peso especialmente relevante. Esto es, los personajes no se estancan, evolucionan a lo largo de las temporadas. Con todo, se trata de una evolución emotiva: ellos son capaces de sus taras e intentan desenvolverse e ir más allá, pero son incapaces: la propia sociedad les come y les impide avanzar.

Un círculo vicioso
Betty Draper 

Al final de la cuarta temporada, Betty Draper se dispone a abandonar el hogar que compartía con Don para irse a vivir con su nuevo marido. En ese momento, Don llega a casa y le pregunta cómo le va. Betty, con la misma sonrisa lánguida con la que nos miraba en la 2º temporada, responde “no me gusta mucho la cocina”. Pero lo que realmente nos quiere transmitir Betty es su frustración por no haber podido realizarse personalmente más allá de la amable esposa que espera a su marido tras un duro día de trabajo. Al principio de la serie, Weiner nos presenta a Betty como la típica esposa complaciente de la época. Profundamente enamorada de su marido, parece “satisfecha” con la vida que lleva. Pero conforme avanza la trama, vemos su complicada relación con los pequeños3, sus problemas psicológicos, su insatisfacción vital. Algo no marcha bien en su vida, a pesar de que el código moral de la época insista en hacernos creer lo contrario.Y es que Betty Draper4 representa a la perfección a la esposa perfecta de la época: con estudios universitarios, dejó de trabajar como modelo nada más conocer a Don y casarse con él. Betty apenas dedica tiempo a las tareas domésticas, pues como corresponde a su clase tiene asistentas que realizan ese trabajo por ella, pero se limita a cuidar su imagen: hace equitación, cuida del jardín y “educa” a los pequeños. Es la perfecta mujer florero, ideal para que Draper cultive su buena imagen social como publicista: Betty le acompaña a los actos sociales de la compañía al igual que el resto de las esposas de los creativos, pero apenas hablan.La existencia de Betty como mujer, como muchas de las mujeres de la época5, se limita al ámbito privado: el hogar. Su vida está ligada a sus hijos y a su marido. Más allá de esa realidad, nada de lo que le suceda debe importarnos demasiado. No obstante, Betty sabe más de lo que nos muestra la cámara: es consciente de los escarceos de su marido con otras mujeres e incluso llega a percatarse de la doble vida de Don. Pero pese a todo, sigue actuando de la misma manera, si bien por momentos externaliza su malestar personal.



En este sentido, el espectador llega a pensar que el personaje de Betty ha evolucionado cuando le planta cara a Don y le pide el divorcio. Pero se trata de una falsa evolución: Betty deja esa relación para iniciar otra similar con su nuevo marido. Ella quiere evolucionar, cambiar de vida, pero los patrones sociales le impiden: ella ha nacido para ser el “descanso del guerrero”, y es muy difícil salir de ahí, se necesitaría una gran evolución del personaje, una gran toma de conciencia que sería surrealista y anacrónica en plenos años sesenta. En el fondo, Betty no es más que una "muñeca rota", que intenta dar sentido a su vida forjando un casi ya invisible vínculo con su hija.
Frente a la dulce esposa, Weiner hace un guiño a la espectadora contemporánea6 con el personaje de Peggy Olson. Peggy es una chica sencilla, de origen humilde y católica, pero profundamente ambiciosa. Cuando aterriza en Sterling Cooper, parece perdida entre máquinas y eslóganes, pero enseguida se hace un lugar en la agencia como redactora, cuando Draper descubre sus cualidades creativas. Desde ese momento, Draper y Peggy estrechan lazos: Peggy es una de las pocas mujeres a las que Don trata como una igual. Este vínculo crea desconfianza en la agencia, se cuestiona esa relación y el hecho de que Peggy haya ascendido tan rápidamente. Con el tiempo, Peggy madura en la gran ciudad, se torna más segura y no tiene problema alguno para hacer frente a sus compañeros masculinos, aunque le costará imponerse como redactora jefe. Es una chica fuerte que se niega a ser la segunda de a bordo en una relación. Por si fuera poco, es una mujer increíblemente abierta que no tiene reparos en hacer amistad con una lesbiana o en asistir a fiestas beatniks

En la línea de Peggy, el personaje de Joan Holloway viene a reforzar esa imagen de mujer fuerte en Starling Cooper. Jefa de secretarias, Joan usa su sensualidad y su exotismo para captar la atención de los hombres de la agencia y hacerse un lugar en la selva de Madison Avenue, convirtiéndose en la nueva socia de la compañía. Sin lugar a dudas, Joan es la gran sorpresa de la 5º temporada. Aún así, conforme vamos entrando en la sexta entrega de la serie, Weiner nos devuelve a la más dura realidad: en los sesenta, no era fácil pasar de ser "esa chica de la oficina". Una compañía compuesta de hombres en su mayoría y que sigue viendo en Joan a la sexy secretaria de la 1º temporada, véase la reacción de Pete Campbell negándose a que Miss Holloway lleve sus propias cuentas. 

 La impotencia laboral de Joan y Peggy se plasma en el último capítulo de la 4º temporada: tras conocer a la nueva prometida de Don, Megan (de la que hablaremos más adelante), Peggy acude al despacho de Joan indignada porque no se le reconozca el mérito de haber salvado a la agencia con la captación de un nuevo cliente. Joan, recién ascendida, sonríe irónicamente. Evidentemente, ambas han hecho una gran labor por Starling Cooper Draper Pryce, pero nada es tan importante en los 60 como el matrimonio.


Fotograma de la 4º temporada, episodio final


A través de Mad Men, Weiner refleja las dos caras de una época y de un momento. Nos muestra una sociedad donde la apariencia lo es todo y lo vale todo. Donde la doble moral y los excesos conviven puerta con puerta con el prototipo de familia feliz y del éxito. En Mad Men, todo es humo. El humo nos ciega y no nos deja ver con claridad, nos impide avanzar. Y cuando creemos que ya lo tenemos, que ya hemos encontrado el camino correcto, descubrimos que estamos todavía más perdidos.Y es que uno de los aciertos de Mad Men es mostrarnos la realidad tal y como es: mostrarnos la cara oculta de nosotros mismos, el superyó y el ello, la batalla constante por mantener el tipo y no perder la compostura. Por vender al resto no lo mejor cara de nosotros mismos, sino la que la sociedad espera de nosotros. Y es que en el fondo, todos somos un poco farsantes, aunque eso sí, unos más que otros.


1La archiconocida tricotomía del cine clásico entre el marido, la mujer y la amante.2Romano, uno de los creativos de la empresa, es homosexual, pero se disfraza en la figura del perfecto marido mientras tiene escarceos en viajes de negocios o en la oficina.3Especialmente con Sally, que siente un profundo amor hacia el padre y un claro rechazo hacia la madre. Sally es el paradigma de la mujer que sigue: la mujer que va a permitir que las cosas empiecen a cambiar en los 70.4 Ante todo, es bastante representativo que sólo se le conozca como Betty Draper: existe en cuanto a Don, es totalmente dependiente a su persona, al menos durante las primeras temporadas.5Tal y como apunta Friedan en “Mística de la Feminidad”6Evidentemente, el tipo de mujer que predominaba en los 60 estaba más próximo a Betty que a Peggy. Peggy y Joan suponen la excepción a la regla, simbolizan  a todas aquellas mujeres que, desde la minoría, consiguieron derribar poco a poco las barreras sociales.



No hay comentarios:

Publicar un comentario