Es una de las grandes series. De esas que crean mitos y van más allá de su última temporadas. Tras finalizar su sexta temporada, Mad Men nos deja en vilo esperando una séptima que podría ser la definitiva. Un pequeño homenaje a los hombres y mujeres de Madison Avenue.
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Imagen perteneciente a la cabecera de Mad Men |
Mad
Men y la farsa social
El
universo de Mad Men gira alrededor a un concepto universal: la
mentira. En el mundo de Madison Avenue todo es una farsa dentro y
fuera de Sterling Cooper: el matrimonio feliz sustentado en el
adulterio,
la perfecta ama de casa encerrada en ese espacio privado laberíntico
del que no puede salir, el éxito laboral como única vía de
salvación para el hombre, etc. Y qué mejor universo para sustentar
esa gran mentira que la publicidad en su época dorada. Pero no
caigamos en el estereotipo fácil: por mucho que podamos encontrar
cierta ironía en el lenguaje y discurso narrativo de la serie, lo
cierto es que Weiner refleja a la perfección la sociedad de los
sesenta, donde la publicidad iba más allá de las vallas o de los
anuncios televisivos. Las mujeres querían ser esa perfecta madre que
siempre se mostraba dispuesta a complacer a su marido y el matrimonio
era para muchas la mejor forma de realización personal.Lo
interesante del discurso de Mad Men es que la distancia temporal que
separa al espectador actual con los años sesenta potencia la lectura
crítica del discurso que plantea la serie. Por un lado, al
espectador de hoy le cuesta entender ciertos comportamientos sociales
de los personajes de Weiner (la abnegada actitud de Betty con Don, la
relación con los hijos, el matrimonio de Salvatore Romano,
entre otros casos que analizaremos posteriormente) pero al mismo
tiempo éste lanza una mirada crítica al universo madmeniano
y se replantea ciertas cuestiones: ¿realmente hemos avanzado tanto
desde entonces? ¿es que acaso la publicidad no sigue ejerciendo una
influencia más que notable en nuestro día a día? Gracias a Mad
Men, no nos limitamos a mirar, vamos más allá y somos
reflexivos con nuestras propias actitudes. En este sentido, la serie
nos permite ser más críticos con nuestra realidad social. Y es que
Madison Avenue no dista tanto de la Castellana del siglo XXI. En la
actualidad, la presión social por alcanzar el éxito y ciertos ritos
sociales que se representan en Mad Men como el matrimonio
siguen vigentes. Por otro lado, el adulterio o las relaciones de
pareja asentadas en valores patriarcales son una realidad diaria.En
esta línea, Mad Men “se aprovecha” de esa distancia temporal. A
través de la cuidada estética, Weiner realiza un retrato casi
perfecto de la sociedad de la época que llega a extrañar al
espectador. El “moderno” mundo de Madison Avenue se torna
aséptico desde nuestra perspectiva. De esta manera, nos parece estar
contemplando una realidad “ajena” a nosotros, cuando realmente
nuestro día a día está sustentado en los valores que tipos como
Draper o Sterling forjaron a través de los medios y la publicidad.
Es el doble juego de Mad Men ya comentado: sabemos que la serie nos
habla de un pasado tangible con sus pros y sus contras, pero a la vez
nos gusta volver la vista atrás con aires de nostalgia, con esa idea
de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Detrás
de Mad Men
En
plena crisis socio-económica-cultural, donde los valores del
neo-capitalismo han sido cuestionados con la “caída” de los
bancos, nos encontramos en un momento de plena ebullición que llega
a los roles de género. En este plano, Mad Men nos hace más
conscientes de nuestra propia crisis. El Draper que sólo encuentra
consuelo en esa botella de Bourbon semi vacía es el hombre actual
que debe replantearse su modelo de masculinidad para adaptarse a los
nuevos tiempos. Un nueva masculinidad que se derrumba, como en esos
inteligentes títulos de crédito donde una silueta masculina cae en
picado entre rascacielos donde se reflejan los principales símbolos
del éxito social: el matrimonio, la familia ideal y el éxito
profesional. Pero cuidado, junto a la complaciente esposa se hallan
ese insinuante liguero de la infidelidad y el vaso de whisky
(posiblemente Bourbon, bebida clásica en la serie); la otra cara del
sueño americano.Weiner
juega con ambas caras de la moneda para componer un interesante tapiz
sobre la época: la sociedad de la “mentira”, donde la apariencia
social lo era todo. Donde todo estaba superditado a las leyes de la
estética. En ese juego, tanto ellos como ellas seguían el patrón
indicado y jugaban a representar valores que comenzaban a
cuestionarse. Básicamente, todo estaba dispuesto por las pautas
sociales, perfectamente estructuradas por los manuales educativos con
los que niños y niñas crecían. Esta debilidad está presente en
todos y cada uno de los personajes de Mad Men, víctimas de una
sociedad paradójicamente inmovilista (ya que nos encontramos en
pleno auge del Sueño Americano) que les impide realizarse más allá
de acotados patrones.En
este sentido, el secreto del éxito de Mad Men se centra en sus
personajes, sus vidas y lo que en ellas acontece determina el rumbo
de la serie. Si bien esta es una característica común de la ficción
dramática (caso de The Wire, por ejemplo) en el caso de Mad Men la
estructura actancial cobra un peso especialmente relevante. Esto es,
los personajes no se estancan, evolucionan a lo largo de las
temporadas. Con todo, se trata de una evolución emotiva: ellos son
capaces de sus taras e intentan desenvolverse e ir más allá, pero
son incapaces: la propia sociedad les come y les impide avanzar.
Un
círculo vicioso
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Betty Draper |
Al
final de la cuarta temporada, Betty Draper se dispone a abandonar el
hogar que compartía con Don para irse a vivir con su nuevo marido.
En ese momento, Don llega a casa y le pregunta cómo le va. Betty,
con la misma sonrisa lánguida con la que nos miraba en la 2º
temporada, responde “no me gusta mucho la cocina”. Pero lo que
realmente nos quiere transmitir Betty es su frustración por no haber
podido realizarse personalmente más allá de la amable esposa que
espera a su marido tras un duro día de trabajo. Al principio de la
serie, Weiner nos presenta a Betty como la típica esposa
complaciente de la época. Profundamente enamorada de su marido,
parece “satisfecha” con la vida que lleva. Pero conforme avanza
la trama, vemos su complicada relación con los pequeños,
sus problemas psicológicos, su insatisfacción vital. Algo no marcha
bien en su vida, a pesar de que el código moral de la época insista
en hacernos creer lo contrario.Y
es que Betty Draper
representa a la perfección a la esposa perfecta de la época: con
estudios universitarios, dejó de trabajar como modelo nada más
conocer a Don y casarse con él. Betty apenas dedica tiempo a las
tareas domésticas, pues como corresponde a su clase tiene asistentas
que realizan ese trabajo por ella, pero se limita a cuidar su imagen:
hace equitación, cuida del jardín y “educa” a los pequeños. Es
la perfecta mujer florero, ideal para que Draper cultive su buena
imagen social como publicista: Betty le acompaña a los actos
sociales de la compañía al igual que el resto de las esposas de los
creativos, pero apenas hablan.La
existencia de Betty como mujer, como muchas de las mujeres de la
época,
se limita al ámbito privado: el hogar. Su vida está ligada a sus
hijos y a su marido. Más allá de esa realidad, nada de lo que le
suceda debe importarnos demasiado. No obstante, Betty sabe más de lo
que nos muestra la cámara: es consciente de los escarceos de su
marido con otras mujeres e incluso llega a percatarse de la doble
vida de Don. Pero pese a todo, sigue actuando de la misma manera, si
bien por momentos externaliza su malestar personal.
En este sentido, el espectador llega a pensar que el personaje
de Betty ha evolucionado cuando le planta cara a Don y le pide el
divorcio. Pero se trata de una falsa evolución: Betty deja esa
relación para iniciar otra similar con su nuevo marido. Ella quiere
evolucionar, cambiar de vida, pero los patrones sociales le impiden:
ella ha nacido para ser el “descanso del guerrero”, y es muy
difícil salir de ahí, se necesitaría una gran evolución del
personaje, una gran toma de conciencia que sería surrealista y
anacrónica en plenos años sesenta. En el fondo, Betty no es más que una "muñeca rota", que intenta dar sentido a su vida forjando un casi ya invisible vínculo con su hija.
Frente
a la dulce esposa, Weiner hace un guiño a la espectadora
contemporánea
con el personaje de Peggy Olson. Peggy es una chica sencilla, de
origen humilde y católica, pero profundamente ambiciosa. Cuando
aterriza en Sterling Cooper, parece perdida entre máquinas y
eslóganes, pero enseguida se hace un lugar en la agencia como
redactora, cuando Draper descubre sus cualidades creativas. Desde ese
momento, Draper y Peggy estrechan lazos: Peggy es una de las pocas
mujeres a las que Don trata como una igual. Este vínculo crea
desconfianza en la agencia, se cuestiona esa relación y el hecho de
que Peggy haya ascendido tan rápidamente. Con el tiempo, Peggy
madura en la gran ciudad, se torna más segura y no tiene problema
alguno para hacer frente a sus compañeros masculinos, aunque le costará imponerse como redactora jefe. Es una chica
fuerte que se niega a ser la segunda de a bordo en una relación. Por si fuera poco, es una mujer increíblemente
abierta que no tiene reparos en hacer amistad con una lesbiana o en
asistir a fiestas beatniks.
En
la línea de Peggy, el personaje de Joan Holloway viene a reforzar
esa imagen de mujer fuerte en Starling Cooper. Jefa de secretarias,
Joan usa su sensualidad y su exotismo para captar la atención de los
hombres de la agencia y hacerse un lugar en la selva de Madison
Avenue, convirtiéndose en la nueva socia de la compañía. Sin lugar a dudas, Joan es la gran sorpresa de la 5º temporada. Aún así, conforme vamos entrando en la sexta entrega de la serie, Weiner nos devuelve a la más dura realidad: en los sesenta, no era fácil pasar de ser "esa chica de la oficina". Una compañía compuesta de hombres en su mayoría y que sigue viendo en Joan a la sexy secretaria de la 1º temporada, véase la reacción de Pete Campbell negándose a que Miss Holloway lleve sus propias cuentas.
La impotencia laboral de Joan y Peggy se plasma en el último
capítulo de la 4º temporada: tras conocer a la nueva prometida de
Don, Megan (de la que hablaremos más adelante), Peggy acude al despacho de Joan indignada porque no se le
reconozca el mérito de haber salvado a la agencia con la captación
de un nuevo cliente. Joan, recién ascendida, sonríe irónicamente.
Evidentemente, ambas han hecho una gran labor por Starling Cooper
Draper Pryce, pero nada es tan importante en los 60 como el
matrimonio.
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Fotograma de la 4º temporada, episodio final |
A
través de Mad Men, Weiner refleja las dos caras de una época y de
un momento. Nos muestra una sociedad donde la apariencia lo es todo y
lo vale todo. Donde la doble moral y los excesos conviven puerta con
puerta con el prototipo de familia feliz y del éxito. En Mad Men,
todo es humo. El humo nos ciega y no nos deja ver con claridad, nos
impide avanzar. Y cuando creemos que ya lo tenemos, que ya hemos
encontrado el camino correcto, descubrimos que estamos todavía más
perdidos.Y
es que uno de los aciertos de Mad Men es mostrarnos la realidad tal y
como es: mostrarnos la cara oculta de nosotros mismos, el superyó y
el ello, la batalla constante por mantener el tipo y no perder la
compostura. Por vender al resto no lo mejor cara de nosotros mismos,
sino la que la sociedad espera de nosotros. Y es que en el fondo,
todos somos un poco farsantes, aunque eso sí, unos más que otros.
La
archiconocida tricotomía del cine clásico entre el marido, la
mujer y la amante.Romano,
uno de los creativos de la empresa, es homosexual, pero se disfraza
en la figura del perfecto marido mientras tiene escarceos en viajes
de negocios o en la oficina.Especialmente
con Sally, que siente un profundo amor hacia el padre y un claro
rechazo hacia la madre. Sally es el paradigma de la mujer que sigue:
la mujer que va a permitir que las cosas empiecen a cambiar en los
70.
Ante todo, es bastante representativo que sólo se le conozca
como Betty Draper: existe en cuanto a Don, es totalmente dependiente
a su persona, al menos durante las primeras temporadas.Tal
y como apunta Friedan en “Mística de la Feminidad”Evidentemente,
el tipo de mujer que predominaba en los 60 estaba más próximo a
Betty que a Peggy. Peggy y Joan suponen la excepción a la regla, simbolizan a todas aquellas mujeres que, desde la minoría, consiguieron
derribar poco a poco las barreras sociales.