Tus ojos juguetean a tenerme entre cristales traslúcidos. Tus pupilas se entretienen examinándome y conquistándome cada atardecer, probándome y retándome a estar contigo. Mueves ficha con decisión, sabiendo que la partida la has ganado hace tiempo, cuando era demasiado inocente como para resistirme a tu compañía de cigarros y copas en el bar de la esquina.
Una vez más, la luz del alba me descubre entre tus sábanas blancas, atrapada entre tus brazos sin poder salir de esta maldita ratonera a la que vuelvo todos las noches. Podría culpar de esta locura insana al vodka o al whisky, pero lo cierto es que la única adicción que me lleva a la misma situación sábado tras sábado son tus labios, tu ojos, tus manos, ...simplemente tú. Sabes que me tienes y te gusta demostrarlo. Demostrar que eres tú quien lleva las riendas, quien me atrapa y me consigue, aún sabiendo que el calor de tu cuerpo, tan efímero como el aire que respiro, no me lleva a ningún sitio.
Intento parar. Resistirme a tu juego y decirte que no. Que se ha acabado. Que no volveré a caer en el laberinto de tu lengua investigando con precisión cada resquicio de mi cuerpo desnudo. Un no para parar toda esta locura y volver a vivir, tan sólo eso. Pero la adicción a tu cuerpo y a tu aliento matutino me hacen caer en tus redes noche tras noche, sin tregua.
De tu lengua a mi cuello, de mi cuello a tu boca. De tu boca al cielo...y de ese cielo al infierno de los viernes en los que te las das de listo con otras, seduciendo y divirtiéndote como un pequeño animal inconformista y egoísta. El infierno de esperarte. El infierno de saber que no cambiarás nunca y que, con la misma, yo no me cansaré de esperarte.
Poco a poco, te vas despertando y tus ojos castaños me descubren a un niño indefenso que juega a ser mayor. Pero esta vez no dejaré que vuelvas a engañarme. Sé muy bien que no habrá más noches locas seguidas de soledad, cigarrillos y whisky mientras espero esa llamada tuya que nunca llega. No. Se acabó. No seguiré mendigando por tu besos y caricias. Esta vez, me planto. Se acabó el juego.
Una vez más, la luz del alba me descubre entre tus sábanas blancas, atrapada entre tus brazos sin poder salir de esta maldita ratonera a la que vuelvo todos las noches. Podría culpar de esta locura insana al vodka o al whisky, pero lo cierto es que la única adicción que me lleva a la misma situación sábado tras sábado son tus labios, tu ojos, tus manos, ...simplemente tú. Sabes que me tienes y te gusta demostrarlo. Demostrar que eres tú quien lleva las riendas, quien me atrapa y me consigue, aún sabiendo que el calor de tu cuerpo, tan efímero como el aire que respiro, no me lleva a ningún sitio.
Intento parar. Resistirme a tu juego y decirte que no. Que se ha acabado. Que no volveré a caer en el laberinto de tu lengua investigando con precisión cada resquicio de mi cuerpo desnudo. Un no para parar toda esta locura y volver a vivir, tan sólo eso. Pero la adicción a tu cuerpo y a tu aliento matutino me hacen caer en tus redes noche tras noche, sin tregua.
De tu lengua a mi cuello, de mi cuello a tu boca. De tu boca al cielo...y de ese cielo al infierno de los viernes en los que te las das de listo con otras, seduciendo y divirtiéndote como un pequeño animal inconformista y egoísta. El infierno de esperarte. El infierno de saber que no cambiarás nunca y que, con la misma, yo no me cansaré de esperarte.
Los amantes, Magritte, 1928. |
Poco a poco, te vas despertando y tus ojos castaños me descubren a un niño indefenso que juega a ser mayor. Pero esta vez no dejaré que vuelvas a engañarme. Sé muy bien que no habrá más noches locas seguidas de soledad, cigarrillos y whisky mientras espero esa llamada tuya que nunca llega. No. Se acabó. No seguiré mendigando por tu besos y caricias. Esta vez, me planto. Se acabó el juego.
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